jueves, 3 de septiembre de 2009

Disturbio Mental

¡Hoy nada me importa! Al menos eso pensé cuando abrí los ojos, muy cansada por el ritmo de vida (fundamentalmente nocturno) que me he impuesto últimamente. Decidí dejar el mundo por un día. Hoy no me subí, punto. No me interesaron las manifestaciones, las pláticas (triviales o profundas), la inseguridad de la Ciudad de México ni la intensa lluvia que Tláloc tuvo a bien enviar. Hoy preferí adentrarme en mi propio ser, en mi existencia.

Hubo de todo: sol, lluvia, congestionamiento de ideas y, sobre todo, un cúmulo de fantasías quiméricas, de esas que te hacen meditar y que dejan al descubierto los más profundos secretos del inconsciente.

Intrincados callejones, laberintos mentales, una autopista de información (mucha veces inútil), recuerdos encerrados en cajones empolvados. Deseos que rayan en lo imposible, esa terca y constante atracción por lo prohibido, y al fondo, sólo obscuridad. Frente al yo imaginario que recorría estos senderos se encontraba el lado más infame (no siempre reprimido) de mi persona.

Me parece que es mejor lidiar con el tráfico, las inundaciones y la, a veces insoportable, superficialidad de las personas que nadar en las aguas negras de mi mente y despertar el lado más vil que existe dentro de mi.

No, mi cabeza no se asemeja a un país desarrollado, más bien es un desastre que de alguna extraña y maravillosa manera se las ha arreglado para salir adelante, pero no por ello deja de ser un CAOS.

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